lunes, 23 de julio de 2012


Desde que tenemos edad suficiente para atarnos los cordones, también tenemos la edad suficiente para desatarnos los nudos de la garganta. El miedo inmoviliza. 
La mayoría de los miedos son infundados porque están basados en percepciones ficticias acerca de qué podría pasar si hacemos tal o cual cosa.


También están basados en un pasado, que generalmente nos condena.
La gente ya no sabe de entregar corazones y mucho menos sabe sobre vidas compartidas.


Canalizamos nuestra necesidad de compartir con otro vía sobre-exposición en las redes sociales. Es horrible programarte para no sentir, como si programaras un centrifugado en el lavarropas.


Sentir hace falta. El contacto hace falta. 
Preferimos entregar un cuerpo desnudo que entregar una mirada profunda. Pensamos que no pasa nada, que está bien. Que la sexualidad nos hace libres. Y no deja de ser cierto pero nada que sea realmente nuestro trasciende en ese intercambio.


Pocos se animan a dejar de ser impermeables. Lo más difícil es elegir escuchar la respiración del otro y encontrar paz en esa acción porque eso nos vulnera y nos hace humanos.


Nos hace reconocer que necesitamos de otros. Que funcionamos mejor si nos dejamos abrigar por un calor que provenga de otra persona.


No es signo de debilidad reconocernos como seres que quieren sentirse queridos, es signo de madurez.

No hay comentarios:

Publicar un comentario